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El porqué de llevar el Yoga Ocular a los Colegios.

 
RECUPERACIÓN VISUAL EN LAS ESCUELAS. UN MÉTODO FÁCIL Y EXITOSO. Testimonio del mismo Dr. Bates, de su experiencia en escuelas de diferentes ciudades de EE.UU.   Repetir un principio muy importante: "No puedes ver nada con perfecta visión a menos que lo hayas visto antes." Cuando el ojo mira a un objeto no familiar, siempre se tensa, más o menos, para ver dicho objeto, y se produce siempre un error de refracción. Cuando los niños miran a un escrito desconocido o figuras en la pizarra, mapas distantes, diagramas o dibujos, el retinoscopio siempre muestra que son miopes, aunque su visión sea absolutamente normal en otras circunstancias. Lo mismo ocurre cuando los adultos miran a objetos distantes desconocidos. Sin embargo, cuando el ojo contempla un objeto que le es familiar, el efecto es totalmente diferente. No solo se puede ver sin tensión, sino que hasta disminuye la tensión de ver después objetos desconocidos.  

Estos hechos nos proporcionan un medio para vencer la tensión mental, a la que están sujetos los niños por el sistema actual educativo. Es imposible ver nada perfectamente, cuando la mente está bajo tensión, pero si los niños pueden llegar a relajarse cuando contemplan algo conocido, pueden, a veces en espacio de tiempo increíblemente corto, mantener la relajación cuando miran objetos desconocidos.

 

Descubrí este hecho cuando examiné los ojos de varios centenares de niños en Grand Forks, Dakota del Norte. En muchos casos, niños que no podían leer todas las letras del cartel de prueba en su primer examen, las leyeron en la segunda o tercera prueba. Cuando se hubo examinado una clase, a los niños que fallaron se les ofreció una segunda oportunidad, entonces sucedía que podían leer el cartel de prueba con visión normal.

Esto ocurría tan frecuentemente que no se podía evitar llegar a la conclusión de que de algún modo, la visión mejoraba al leer el cartel de prueba.

 

En una clase encontré un chico que al principio parecía muy miope, pero que, tras un pequeño estimulo, leyó todas las letras del cartel prueba. La profesora me preguntó sobre la visión del chico, porque ella lo había visto muy miope. Cuando le respondí que su visión era normal, ella parecía incrédula, y sugirió que podía ser que el chico hubiera aprendido las letras de memoria o que algún compañero le hubiese apuntado. Era incapaz de leer los escritos o figuras en la pizarra, decía ella, o de ver los mapas o diagramas en las paredes y no reconocía a la gente que se le cruzaba por la calle.

 

Me pidió que le examinara su visión de nuevo, y así lo hice, muy cuidadosamente, bajo su supervisión, eliminando las fuentes de error que ella había sugerido. El chico de nuevo leyó todas las letras del cartel.

Después, la maestra escribió algunas palabras y figuras en la pizarra y le pidió que las leyera. Lo hizo correctamente. Entonces escribió mas palabras y figuras, que el chico leyó bien también. Finamente le pidió que le dijera la hora del reloj, que estaba a unos siete metros y medio, lo que realizo correctamente.

 

Otros tres casos en la misma clase, resultaron similares; la visión que previamente había sido deficiente para los objetos lejanos, resultó normal a los pocos momentos dedicados a comprobar sus ojos.

 

No es sorprendente que tras tal demostración, la maestra pidiera tener un cartel prueba colocado permanentemente en la clase. A los niños se les pedía que leyeran las letras más pequeñas que pudiesen leer desde sus asientos al menos una vez al día, con los dos ojos al mismo tiempo y con cada ojo por separado, tapando el ojo que no se usa con la palma de la mano, de modo que evitasen presionar el globo del ojo. A aquellos cuya visión era deficiente se les indicaba que leyeran el cartel con más frecuencia pero no necesitaban que se les estimulara tras comprobar que su práctica les ayudaba a ver la pizarra y a acabar con los dolores de cabeza y otras dolencias relacionadas con sus ojos.

 

En otra clase de cuarenta niños, todos entre los seis y ocho años, treinta de ellos ganaron visión mientras se les comprobaba sus ojos. El resto lo consiguió más tarde, bajo la supervisión del profesor por medio de ejercicios de visión lejana con un cartel prueba. El maestro comprobaba cada año desde hacia años que al principio del curso, en otoño, todos los niños podían ver los escritos de la pizarra desde sus asientos, pero antes de terminar el curso, todos, sin excepción, se lamentaban de que no podían verlos a una distancia mayor de tres metros. Tras reconocer los beneficios derivados de la practica diaria de la visión lejana con objetos familiares como punto de fijación, el maestro puso un cartel prueba en su clase e indicó a los niños. El resultado fue que durante ocho años ningún niño bajo su cuidado adquirió defecto de visión.

 

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El profesor de esta clase atribuyó el deterioro invariable de la vista de sus niños durante los años de escuela, al hecho de que su clase estaba en el sótano y había poca luz. Pero los profesores con clases bien iluminadas tenían la misma experiencia, y después de introducir el cartel prueba en ambos tipos de clase, las bien y las mal iluminadas, y leyendo los niños todos los días, el deterioro de su visión cesó y, por añadidura la visión mejoró. La visión que estaba por debajo de lo normal mejoró, en muchos casos hasta la normalidad, mientras que niños que ya tenían visión normal, usualmente establecido como de 5/5, llegaron a alcanzar 7,5/5 o 10/5, y no solamente se les eliminó la miopía, sino que la visión de cerca también mejoró.

 

A petición del superintendente de las escuelas de Grand Forks de entonces, este sistema se introdujo en todas las escuelas de la ciudad y se utilizó de forma continua durante ocho años. Durante este tiempo se redujo la miopía entre los niños, que al principio descubrí que era de un 6%, y terminó siendo de menos de un 1%.

Pocos años después se introdujo el mismo sistema en algunas escuelas de Nueva York con una población de unos diez mil escolares. Sin embargo muchos de los profesores rechazaron usar el cartel prueba, incapaces de creer que un método tan simple y tan contrario a las enseñanzas previas sobre la materia, pudiesen lograr los resultados deseados. Otros guardaron el cartel en un armario, excepto para el momento en que se necesitaba para los ejercicios de los ojos, para que los niños no los memorizaran. Así, no sólo se imponían una carga innecesaria, sino que hacían lo que podían para fracasar el propósito del sistema, que era el de dar a los niños un ejercicio diario de visión distante con un objeto familiar.

 

Un número considerable de profesores por otra parte, usaron el sistema inteligentemente de modo persistente, y en menos de un año eran capaces de emitir informes mostrando que, de los tres mil niños con visión deficiente, unos mil obtuvieron la visión normal por este medio.

Algunos de estos niños, como en el caso de los niños de Grand Forks, se recuperaron en cosa de minutos. Muchos de los profesores también recuperaron, algunos rápidamente también. Algunas veces los resultados del sistema eran asombrosos, pero al final, las autoridades educativas y los oculistas no estuvieron de acuerdo, y gradualmente el uso de los carteles de prueba de visión se fueron abandonando para este propósito.

 

En una clase de deficientes mentales, en la que el profesor había guardado los registros de la agudeza visual de los niños durante algunos años, descubrió que su visión empeoraba progresivamente conforme pasaban los cursos. Sin embargo, tan pronto como se introdujo el cartel de prueba, empezaron a mejorar. Entonces llegó un doctor de las autoridades sanitarias que midió la agudeza de los ojos de los niños y les puso lentes a todos, hasta a aquellos que a aquellos cuya visión era claramente buena. El uso del cartel se hizo entonces discontinuo, al considerar el maestro que lo apropiado era no interferir, dado que los niños estaban llevando lentes prescritos por un médico.

Muy pronto, sin embargo, los niños empezaron a perderlos, romperlos y rechazar sus lentes.

Algunos decían que los lentes les producían dolor de cabeza, o que se sentían mejor sin ellos. En el curso de un mes, poco más o menos, la mayoría de las gafas que el encargado de salud les prescribió desaparecieron.

 

Entonces la profesora se sintió con libertad para reasumir el uso del cartel. Sus beneficios fueron inmediatos. La agudeza visual y las reacciones visuales de los niños mejoraron simultáneamente, y pronto muchos de ellos fueron mandados a clases normales, porque se halló que habían realizado tanto progreso en los estudios como los demás niños.

 

Otra maestra declaraba una experiencia igualmente interesante. Tenía una clase de niños que no encajaba en las otras clases. Muchos de ellos eran atrasados en sus estudios, algunos eran siempre perezosos, y todos tenían visión deficiente. Se colgó un cartel de prueba en su clase, de modo que todos los niños pudieran verlo, y la maestra siguió mis sugerencias al pie de la letra. Al cabo de seis meses, menos dos, todos los niños tenían visión normal, y esos dos la mejoraron notoriamente, mientras que los más incorregibles y perezosos resultaron estudiantes simpáticos.

Para quitar toda duda que pudiera surgir sobre la causa de la mejoría advertida en la agudeza visual de los niños, se realizaron pruebas comparativas con y sin cartel de pruebas. En un caso, seis niños con visión deficiente fueron examinados diariamente durante una semana, sin usar el cartel: No hubo mejoría. Entonces se restableció el cartel en su lugar y al grupo se le instruyo que lo leyera diariamente. Al término de una semana todos mejoraron y cinco estaban completamente normales. Con otro grupo de deficientes los resultados fueron idénticos. Durante la semana en que el cartel de prueba no se usó, no se notó mejoría alguna; pero tras una semana de ejercicios con un cartel para visión de lejos, todos mostraron mejoría, y al final de un mes todos estaban normales.

 

Un día visité la ciudad de Rochester, en Nueva York, y, estando allí, llamé al superintendente de las escuelas públicas y le hable de mi método para prevenir la miopía. Se sintió muy interesado y me invitó a presentarlo en una de sus escuelas. Así lo hice, y al fin de tres meses se me remitió un informe mostrando que la visión de todos los niños había mejorado, mientras que un buen número de ellos obtuvo la visión correcta en ambos ojos. Sin embargo, el sistema después se encontró con lo mismo que en la Ciudad de Nueva York.

 

Mi método ha sido utilizado en muchas otras ciudades y siempre mejoró la visión de todos los niños, muchos de los cuales obtuvieron la visión correcta en el término de unos pocos minutos, días, semanas o meses. Es difícil probar una proposición negativa, pero desde el momento en que el método mejoró la visión de todos los niños que lo usaron, se desprende que ninguno empeoró. Esto mismo no se puede decir de ninguno de los otros métodos experimentados en las escuelas para prevenir la miopía. Todos los demás métodos se basan en la idea de que es el uso excesivo de los ojos para la visión de cerca lo que causa la miopía, y todos ellos han fracasado claramente.

También resulta obvio que el método debe prevenir otros errores de refracción, un problema que antes nunca se había considerado seriamente, porque la hipermetropía se supone que es congénita, y hasta no hace mucho el astigmatismo también se suponía congénito en la gran mayoría de los casos.. Sin embargo, cualquiera que sepa usar el retinoscopio, en pocos minutos puede demostrar que ambas son condiciones adquiridas; pues, independiente de cómo sea un ojo astigmático o hipermetrópico, su visión siempre resulta normal cuando mira a una superficie blanca, sin esforzarse por ver. También se puede demostrar que, cuando los niños están aprendiendo a leer, escribir, dibujar, coser, o hacen cualquier cosa que les exige mirar a objetos de cerca, a los que no están familiarizados, siempre se produce hipermetropía, o astigmatismo hipermetrópico. Lo mismo ocurre con los adultos.

Estos hechos sugieren fuertemente que los niños precisan, ante todo, educación visual.

Pueden mirar a letras extrañas u objetos cercanos sin tensión antes de que puedan hacer mucho progreso en sus estudios, y en cualquier caso en que el método se ha experimentado, se ha probado que este fin se cumple con el ejercicio diario con el cartel de prueba a visión de lejos. cuando de este modo les ha mejorado su visión de lejos, invariablemente pueden hacer uso de sus ojos sin esfuerzo al mirar cerca.

El método tuvo más éxito cuando el profesor no llevaba lentes. No sólo imitan los niños los hábitos visuales de un profesor que lleva lentes, sino que la tensión nerviosa, de la que el defecto visual es una expresión, produce en ellos una condición parecida. En clases del mismo grado, con la misma luz, la visión de los niños, cuyo profesor no lleva lentes, siempre se ha descubierto ser mejor que la visión de los niños cuyos profesores si llevan. En una ocasión comprobé la visión de niños cuya profesora llevaba lentes, y encontré que era imperfecta. La profesora salió de clase a un recado, y cuando se había marchado se la volví a comprobar. Los resultados fueron mucho mejores.

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Cuando volvió la maestra, preguntó por la visión de un chico en particular, un niño muy nervioso, y cuando procedí a reconocerla, ella estaba delante de él y decía: "Ahora, cuando el doctor te diga que leas las letras, hazlo". El niño no pudo ver nada. Entonces se puso tras él y el efecto fue el mismo que si ella hubiera dejado la clase. El chico leyó todo el cartel.

Actualmente en las escuelas de Estados Unidos hay varios millones de niños que tienen defecto visual. Esta condición les impide sacar pleno provecho de todas las oportunidades educativas que les dispensa el Estado, mina su salud y desperdicia el dinero de los contribuyentes. Si se permite que esto continúe, será un gasto y una desventaja para tales niños a lo largo de sus vidas. En muchos casos será causa de sufrimiento continuo y dolor. Y sin embargo, prácticamente todos estos casos pueden ser aliviados y prevenir otros por el tratamiento no más elaborado que el de leer diariamente el cartel de prueba de visión.

¿Por qué se les ha de obligar a nuestros niños a sufrir a llevar lentes por falta de este simple medio de alivio? No cuesta casi nada. En muchos casos, de hecho, no sería necesario ni comprarlo, dado que ya se usan para medir la agudeza de los niños. No supone ninguna carga adicional para los profesores, y, mejorando la agudeza visual, la salud, disposición y mentalidad de sus alumnos, aligera sus tareas grandemente. Nadie se aventuraría a sugerir, por otra parte, que pueda hacerles ninguna daño.

 

W.H. Bates. De su libro "Better eyesight withut glasses". Ed. Granada, 1981.

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